Llega a San Francisco el repudiado anti-feminista Agustín Laje

El escritor y youtuber argentino es uno de los autores de ‘El Libro Negro de la Nueva Izquierda’, un best seller de habla hispana en Amazon y uno de los representantes de la nueva derecha latinoamericana.

LOCALES 23 de abril de 2019 Pérez Darío Eduardo Pérez Darío Eduardo
Agustin Laje

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Vean los perfiles de las feministas de Twitter: parece que el feminismo se está reduciendo a una secta de nenitas histéricas de 15 años que creen haber encontrado en él un sentido al vacío existencial e identitario que la edad del pavo les plantea. Este Twitter pertenece a AGUSTIN LAJE, un personaje de You Tube y los programas panelísticos de la Televisión. Misoginia y  derecha anti derechos.

No bien conocido el evento, distintas organizaciones y personas manifestaron en las redes sociales su repudio a la visita de Laje, tal como sucediera en San Martín de Los Andes y en Cordoba el año pasado, donde organizaciones de mujeres repudiaron los dichos de Laje y cuestionaron un premio otorgado al polémico “pensador”. Laje había sido distinguido como uno de los “Diez jóvenes sobresalientes de Córdoba”, y apenas conocido el agasajo, más de 50 organizaciones políticas y de mujeres junto a sectores del periodismo cordobés repudiaron a través de las redes sociales y se pronunciaron en una Carta dirigida a la Bolsa de Comercio, donde plantean con respecto al politólogo que “No se trata de no adherir a su pensamiento, sino que este agrede derechos fundamentales y luchas legítimas de nuestra sociedad contemporánea”. Y alertaron que “Laje Arrigoni fomenta un discurso de odio y, así, refuerza una cultura que promueve y tolera la violencia de género y la homofobia. Al premiar a Laje Arrigoni, se premian posturas intolerantes que, cada vez con más fuerzas, las mujeres y amplios sectores de la ciudadanía luchamos por desterrar”.

LAJE SEGÚN LA REVISTA ANFIBIA

Agustín Laje atravesó la puerta del Jockey Club de Córdoba de la mano de su mamá. Tenía quince años. Vestía jeans y un buzo canguro que le quedaba grande. El pelo largo, por debajo de los hombros, certificaba que Agustín había dejado de ser un jugador de básquet amateur para convertirse en un devoto del punk. Tal vez se sintió intimidado. Nada, ni la actitud que pregonaban sus discos ni la seguridad de su madre, lo hubiese podido evitar. Del otro lado, ya acomodados en el salón, esperaban más de un centenar de señores en edad de ser abuelos, trajeados, de mirada seria y sostenida. Compartían un motivo. Todos estaban ahí para ver cómo Nicolás Márquez, un abogado de Mar del Plata, presentaba “La otra parte de la verdad”, uno más de la serie de libros que volvieron a contar los 70, reivindicando al accionar militar frente a la “subversión guerrillera”.

Laje llegó al libro de Márquez por su abuela, quien lo había alentado a buscar una “campana” diferente a la que le enseñaban en el colegio. La encontró buceando en foros de internet. El de Márquez fue el primer libro de política que leyó. Cuando terminó de anotarse los datos útiles para llevar al colegio y arrojárselos como proyectiles a sus profesores, le escribió un mail al autor. Márquez lo invitó a la presentación en Córdoba, que se realizaba unas semanas después.

—Soy Agustín, te escribí un mail hace unas semanas —le dijo al cierre del evento.

Márquez no se acordaba. El punk disfrazado insistió: ofreció hacerle una página web. La recompensa fue el usuario de Márquez en Messenger, el programa para chatear de ese momento.

"Así nace la denominada ideología de género, el concepto -eslabón central del discurso de la nueva avanzada conservadora en Occidente- que le dio vitalidad a este tándem improbable, los puso en una avión a recorrer todo América Latina y los acercó a los jóvenes"
Laje no solo conoció a Márquez: conoció a un mundo que, para el 2004, estaba en plena decadencia. La llegada al poder del kirchnerismo, su relectura sobre los hechos de la última dictadura militar y la puesta en marcha de una nueva política de Derechos Humanos había sentenciado a los sujetos como Márquez a la marginalidad, a la periferia de cualquier discusión política.

Mientras sus amigos usaban Messenger para disputar quién tenía los mejores emoticones, Laje buscaba a Márquez, catorce años mayor que él, para contarle sobre los episodios que tenían lugar en el aula, a los que recuerda como “un ejemplo del adoctrinamiento” que ejercían sus profesores, desde los de Historia hasta los de Química, en actividades como la proyección de películas o en charlas cotidianas. Márquez lo leía, le contaba su versión y le daba consejos y material para leer.
—Eran charlas largas —recuerda Márquez—, porque el tipo estaba hambriento, quería aprender.

El 24 de marzo de 2005, cuando ya estaban en contacto, Agustín Laje entró a su secundaria, el Colegio Italia, para un homenaje a las víctimas de la última dictadura militar. Cargaba con tres carteles que había impreso la noche anterior, con caras de víctimas de Montoneros. Llegó temprano al mural donde se pegaban las caras de los homenajeados y colocó sus carteles, su versión de a quién había que homenajear. Cuando salió al recreo ya no estaban más, pero estaba preparado: tenía copias. Las volvió a pegar. Las volvieron a sacar.—Era un colegio muy hippie, donde no había que pedir autorización. En tu banco vos podías pegar, si querías, no sé, la foto de una mina en tanga. Y a mi me hacían quilombo por eso —dice Laje, hoy, trece años después.

Un tiempo después Márquez lo enfrentó. Le dijo que se estaba encaminando a ser un militante, pero que la derecha ya tenía militantes: lo que necesitaban eran intelectuales. Que si seguía así se iba a convertir en una “Cecilia Pando varón”. Laje le obedeció.

Fue una beca en Estados Unidos lo que terminó por sellar esa conversión. Laje pasó varios meses estudiando tácticas de contraterrorismo en la Universidad de la Defensa, en Washington, donde se formaron varios cuadros militares del Pentágono. Era una beca de posgrado y él apenas había entrado a la facultad. Adjuntó como referencia un archivo de word, donde estaba la versión preliminar de su libro sobre los 70, que había arrancado a escribir ayudado por Márquez. Eso, junto a la enérgica recomendación de su mentor, quien ya había cursado el seminario, alcanzó.

Hoy, a sus veintinueve años, Laje recuerda esa época como quien recuerda el inicio de una hazaña.

—Hasta hace dos años para mí esta causa estaba perdida. Hoy creo que la podemos ganar. 

***

El Libro Negro de la Nueva Izquierda es best seller entre los de habla hispana en Amazon, todos los meses aparece entre los más vendidos de Cúspide y recientemente Yenny y El Ateneo lo incluyeron en sus catálogos. Es, además, la carta de presentación, el primer libro que Laje le recomienda a sus seguidores. Lo firman ambos, pero escriben por separado: Laje se encarga de la ideología de género y el feminismo; Márquez cuestiona al “homosexualismo ideológico”, otra de las supuestas banderas de la “nueva izquierda”.

“El comunismo no murió” sentencian los autores. Con la caída de la Unión Soviética en los 90, la izquierda se desplazó de la economía a la cultura. Conquistó las aulas, las artes y la comunicación. Conquistó los pines de la mochila, las fundas de celulares y los grafitis de Pinterest. Conquistó. Las proclamas de la revolución, aunque en envases cool, no murieron: para llevarla a cabo, la izquierda se “inventó” nuevos conflictos. Así nace la denominada ideología de género, el concepto -eslabón central del discurso de la nueva avanzada conservadora en Occidente- que le dio vitalidad a este tándem improbable, los puso en una avión a recorrer todo América Latina y los acercó a los jóvenes.

Después de hacer un recorrido teórico sobre la conversión del marxismo al posmarxismo en veinte páginas, Laje separa las tres olas del feminismo. Con la primera ola está todo en orden. Porque ¿quién se podría oponer a que las mujeres voten y sean consideradas como ciudadanas? Acá las protagonistas son mujeres de “gran inteligencia” cuya causa es completamente justa y entendible. El único feminismo que Agustín Laje acepta es un feminismo que no cuestiona las instituciones de la vida social, es decir, un feminismo que no es.

La segunda ola -que para la gran mayoría de historiadores es lo que Laje llama la tercera, es decir, que esta no existe- responde a la estrategia conservadora habitual y que ya lleva más de medio siglo funcionando: la Unión Soviética como ejemplo histórico. ¿Quieren ver como funciona en la práctica lo que ellas proponen? Busquen ahí. Entonces Laje va a detallar los efectos del “comunismo sexual”, que desprecia a la maternidad, utiliza al aborto como método anticonceptivo y expande el negocio de la prostitución mientras le quita el estigma al incesto y pedofilia. Todo esto atado a su método: un compendio de referencias bibliográficas, en este caso fuentes históricas -Laje destina páginas enteras a relatos sobre violaciones de los proletarios a sus esposas-, que buscan otorgarle a su libro un estatus académico.

El feminismo “radical” nace, según Laje, en la tercera ola. El campo ahora es la cultura y sus referentes son Simone De Beauvoir, Judith Butler y Paul Beatriz Preciado, entre otrxs. Es acá donde Laje vuelca sus teorías sobre cómo el feminismo busca destruir la familia atacando a la heterosexualidad -con la homosexualidad como solución y, en definitiva, invento teórico- y aceptando, en pos de ese plan de destrucción, la pedofilia y el incesto. Detrás de esto se oculta, según él, la “guerra” que las feministas han declarado frente a los hombres. El texto se vuelve denso y pierde claridad. Lo único que queda claro -porque lo repite varias veces- es que las feministas buscan destruir la familia y el matrimonio con el objetivo final de hacer la revolución; ahora, sus elementos son la ideología y la cultura.

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