El verdadero sentido de ser woke y su relación con América Latina

En Estados Unidos,se formó el movimiento antiwoke para oponerse a la agenda de derechos. Texto original La Nota yAgencia Presentes

SOCIALES23/01/2025
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Hace varios meses circula en redes sociales la idea de que la cultura woke pasó de moda y se enuncia una serie de retrocesos en materia de derechos humanos a nivel internacional. Por momentos, parece otra formulación más del estilo de “las feministas se pasaron tres pueblos” o “el progresismo exageró”. Para quienes no estén familiarizados con el término ni con esos debates, va un breve resumen. 

Woke es un término del inglés americano que significa “estar despierto” o “consciente” y se popularizó en Estados Unidos durante la década del 60 del siglo pasado en razón de la lucha por derechos civiles de las personas negras. Es un mensaje, un modo de recordar que estaban en lucha. En 2010 en Estados Unidos, gracias al movimiento Black Lives Matter (las vidas negras importan) se puso en vigencia el término y se amplió su sentido. En el siglo XXI, con el hashtag #StayWoke, por ejemplo, no solo incluía a una postura antirracistas, sino también a posturas feministas y a la defensa de los derechos LGBTI, entre otros. 

Como sucede con la lógica de debate actual de redes sociales, y de un modo particular e histórico en Estados Unidos, se formó el movimiento antiwoke para oponerse a la agenda de reivindicaciones que más o menos representaba el movimiento woke. El movimiento antiwoke se asienta sobre los discursos más conservadores y como reacción a ciertos debates que se dieron en las primeras décadas de este siglo. 

¿Qué tiene que ver esto con Argentina y América Latina?

Antes que nada, estamos hablando de esto porque vivimos en un mundo hiperconectado y en el cual se comparten ciertos temas o palabras a nivel mundial. Pero, sobre todo, porque tenemos una tendencia bastante instaurada de tomar palabras, frases o ideas completas del norte global y usarlas en nuestro contexto. Ya desde el antiguo MSN, se vio que cualquier cosa, por más poco original que parezca, dicha en inglés tiene un poco más de atención y prestigio. Esa tendencia a mi me gusta llamarla el síndrome Santiago Artemis, que cada dos palabras pone una tercera en inglés como quien avisa que es bilingüe y piensa en esos términos. 

Si bien muchos temas tienen diálogo internacional, no se dan del mismo modo ni representan lo mismo en un país o una región que en otro. Por ejemplo, hace unos años todo el mundo vio el #Metoo como un movimiento generado en el norte global para denunciar agresiones sexuales. Mucha gente por estas latitudes empezó a usar el Me too para hablar de estos temas, como si el Ni Una Menos no hubiese comenzado dos años antes en nuestro país. Y ni hablar de la falta de aceptación por gran parte de nuestra sociedad de dar cuenta del racismo estructural en el que vivimos. 

Más aún, existen grandes diferencias entre el #Metoo y el #NiUnaMenos, desde el contexto de surgimiento, los lugares por donde se movió la representación política y los casos paradigmáticos que dieron pie al movimiento. Esto puede parecer obvio, pero cuando se busca englobar experiencias multitudinarias bajo categorías únicas, generalmente terminamos simplificando tanto que cambiamos completamente el sentido de esas experiencias. 

En Argentina

Es importante evaluar qué sentidos se nos licuan en nuestras historia reciente al equipar luchas y replicar disputas. Sucede algo similar cuando se debate todo bajo el término progresismo-antiprogresismo, como si no estuvieran desde siempre en disputa los sentidos sobre la igualdad, la libertad, los derechos y un sinfín de asuntos que aparecen en nuestras vidas.

A riesgo de sonar absolutamente como la Dra. Polo, diciendo ningún hello ni ningún afternoon, aquí se habla español, resulta necesario poder poner en palabras nuestra historia, tomar aquellas categorías y formas de organización social y política que nos ayudan y dejar de lado aquellas que no. En tiempos de disputa de 678 vs Clarín, se popularizó la expresión batalla cultural, término que incluso en nuestro presente también mostró sus límites. 

El recorte de nuestra realidad en boca de algún anglicismo muchas veces responde a una visión de clase, a pretensiones y deseos de cierto sector y no de la totalidad. En Argentina, como en el resto de los países de la región, conviven contradicciones profundas y expresiones culturales diversas. 

En tiempos donde los discursos ultraconservadores de derecha se expresan en el mundo, la forma en la que leemos esta derechización no puede ser con miradas de otra región. Mientras en Estados Unidos se anuncia el fin de la cultura woke en Disney, eliminando personajes visiblemente LGBTI o racializados, en Argentina en el programa más visto de la TV se vivió uno de los momentos emotivos cuya protagonista fue una persona trans. 

La mamá de Luciana, una participante trans, entró a la casa a abrazar a su hija por primera vez luego de enterarse de la transición.  Una mujer pequeña, con una gran cruz colgando de su pecho entró a un reality a abrazar a su hija y a decirte “Te amo”. La escena de una relación entre madre e hija trans se vuelve universal porque, más o menos, todos andamos por la vida buscando el amor y aprobación de nuestros padres.

Esta escena no borra el retroceso que se vive en nuestro país en materia de derechos humanos. Tampoco habilita a decir que estamos mejor que en Estados Unidos, simplemente muestra que las transformaciones culturales siempre son complejas.

Efecto Trump

El mismo día que veíamos la escena emotiva en Gran Hermano y que Donald Trump asumeria la presidencia de EEUU diciendo que solo existen dos géneros, el masculino y el femenino, Gabriel Lucero, humorista y creador de “gente rota” reflotó en X un fragmento de una entrevista a una persona trans no binarie en la cual se usaba la palabra “xadre”  o “sadre”. Muchas personas escucharon esa palabra por primera vez. Había rechazo, burla y desprecio y mucha gente también diciendo que eso es cultura woke. Personalmente conozco la expresión desde hace mucho, pero no la uso, porque no me gusta como suena y considero que tengo el vocabulario y el tacto suficiente para respetar la identidad sin hablar con habla de cierto sector de la diversidad. Y porque siempre hubo en todo movimiento, debates y distintas formas de ver un mismo hecho. Los hubo en los Encuentros Nacionales de Mujeres desde los 80, los hubo en las organizaciones de la Marcha del Orgullo, en las redes de docentes, actrices o profesionales y seguramente lo seguirá habiendo.

Hacer patente la complejidad nos ayuda también a ver que no todo se trata de ciertas batallas que parecen ser más importantes que otras, y que hay resistencia y creación que exceden a lo que cualquier grupo organizado en defensa de derechos intente proyectar. Varias generaciones que nos criamos con los contenidos de Disney no nos hizo falta mucho para torcer el sentido y convertirnos en niños o adolescentes varones que soñaban con ser princesas, o viceversa. Creamos nuestra cultura LGBTI+ tomando lo que nos gusta y sacando otras cosas. Millones de personas encontraron libertad en las ediciones de Bailando por un sueño donde entre pelea y exuberancia aparecen bailarinas, y cada tanto figuras hoy icónicas como Florencia de la V. 

Construimos modos de vivir, de hacer familia y de habitar el mundo junto a nuestro seres queridos, y eso no se agota catalogados como cultura woke ni mucho menos entendiendonos como una moda.

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