El desembarco argentino en Malvinas y el preludio de las hostilidades

Hacía meses que la Armada tenía concebido un plan para la recuperación de las islas que se había denominado como la Operación Azul, pero antes de tocar las islas, los efectivos del Ejército sugirieron renombrarla como Operación Rosario.

EL PAIS01 de abril de 2024
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Tropas argentinas desembarcaron el 2 de abril de 1982 en las islas Malvinas y tras completar con éxito en unas horas la denominada Operación Rosario se interrumpieron 149 años de ilegítima posesión británica sobre el archipiélago y otros territorios del Atlántico Sur.

Cronología del desembarco

El 28 de marzo, en medio de un clima de tensión diplomática entre ambos países por los incidentes en las islas Georgias del Sur, navíos argentinos de la Armada zarparon de Puerto Belgrano con destino a las islas.

Se trataba de efectivos del Regimiento 25 del Ejército y tropas de la Infantería de Marina, a bordo del destructor ARA Santísima Trinidad, el rompehielos Irizar y el transporte Cabo San Antonio.

Las malas condiciones del tiempo, vientos de más de 70 kilómetros por hora que azotaban los mares y el fuerte oleaje que imperaron entre el 29 y 30 de marzo obligaron a posponer el desembarco por unas horas.

Hacía meses que la Armada tenía concebido un plan para la recuperación de las islas que se había denominado como la Operación Azul, pero antes de tocar las islas, los efectivos del Ejército sugirieron renombrarla como Operación Rosario.

Los oficiales del Ejército recordaron que, durante las Invasiones Inglesas, las tropas criollas y españolas se pusieron bajo protección de la virgen del Rosario y así se consensuó en alta mar el cambio de denominación del operativo.

La fecha para iniciar las operaciones fue entonces el 2 de abril, un viernes, y los objetivos eran claros y precisos: desplegarse rápido por Puerto Stanley (la capital de Malvinas); tomar la casa del gobernador británico, Rex Hunt; neutralizar el cuartel de los Royal Marines y ocupar el aeropuerto para facilitar el aterrizaje de los primeros aviones de la Fuerza Aérea que iban a establecer un puente aéreo entre las islas y el continente.

Un día antes, el presidente estadounidense Ronald Reagan llamó al dictador argentino Leopoldo Fortunato Galtieri para disuadirlo de ordenar el desembarco.

Reagan le recordó que Gran Bretaña era un aliado “particular” de los Estados Unidos, y, tras cortar la comunicación, le manifestó a Thatcher su apoyo.

En la noche del 1 de abril, comandos navales y buzos tácticos desembarcaron en inmediaciones de Stanley y ocuparon el faro del Cabo San Felipe con apoyo del submarino ARA Santa Fe.

Poco después de las 6 de la mañana, desembarcaron en vehículos anfibios tropas de la infantería de Marina y del Regimiento 25 del Ejército, y poco después de una hora se logró tomar el aeropuerto de la capital de Malvinas.

A las 8.45, un Hércules de la Fuerza Aérea tocaba pista y minutos después, tras algunos tiroteos en la casa del gobernador, la guarnición británica se rendía sin haber sufrido bajas, tal como pretendían los mandos argentinos.

En cambio, hubo un caído entre los efectivos de la Armada: el capitán de corbeta Pedro Giacchino, quien intentó ingresar a la casa del gobernador para intimar la rendición, y recibió un disparo de ametralladora que le ocasionó la muerte.

Poco después, Hunt se rendía ante el contraalmirante Carlos Büsser, el jefe del desembarco argentino y cerca del mediodía, la Unión Jack era arriada en Stanley y se izaba el pabellón celeste y blanco en las islas.

En paralelo, otro grupo de tropas de la Armada ocupaba las islas Georgias del Sur, en un operativo en el que morirían tres soldados conscriptos bajo el fuego de una veintena de marines británicos que se rindieron para ser trasladados un día después a Río Grande y ser llevados a Montevideo.

La recuperación de las islas fue recibida con euforia por parte de la población en Argentina, que en varias ciudades se volcó a las calles a festejar la reincorporación de Malvinas al territorio nacional.

La idea original del plan de recuperación diseñado por la Armada era dejar en las islas una fuerza que realizaría tareas de policía, mientras se llevaba a cabo una negociación diplomática, en la creencia que los británicos no enviarían una flota hasta los remotos mares australes.

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