La increíble historia del hombre de la plaza de San Francisco

Sorprendente

20/04/2025Pérez Darío EduardoPérez Darío Eduardo
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Había una vez un hombre llamado Mateo que vivía en San Francisco rodeado de calles empedradas y plazas arboladas. En el centro de la ciudad  había una plaza grande con una fuente al costado y dos caminos que la rodeaban por cada lado. Durante años, los habitantes de la ciudad habían hablado de unir esos dos caminos para facilitar el tránsito y mejorar la accesibilidad.

Un día, la Municipalidad decidió llevar a cabo el proyecto y comenzó a trabajar en la unión de los caminos. Sin embargo, Mateo se opuso vehementemente a la idea. No podía explicar por qué, pero algo dentro de él le decía que no era una buena idea.

A medida que avanzaban las obras, Mateo se volvió cada vez más obstinado en su oposición. Se plantaba en la plaza, observando con desagrado cómo los trabajadores removían la tierra y colocaban los bloques de cemento  para unir los caminos.

Los vecinos y amigos de Mateo intentaron hablar con él, preguntándole qué era lo que le preocupaba exactamente. Pero Mateo no tenía respuestas claras. Solo sentía una sensación de incomodidad y resistencia a cambiar la forma en que las cosas habían sido siempre.

Un anciano del pueblo, sabio y curioso, se acercó a Mateo un día y le preguntó: "¿Sabes, Mateo, que cuando eras niño solías jugar en esta plaza con tus amigos? ¿Recuerdas cómo corrían alrededor de la fuente y se escondían detrás de los árboles?"

Mateo se detuvo un momento, pensativo. Recordó aquellos días felices y cómo la plaza había sido su patio de juegos. El anciano continuó: "Quizás tu oposición venga de un lugar más profundo de lo que crees. Tal vez estés protegiendo un recuerdo, un pedazo de tu infancia que se perderá cuando los caminos se unan."

Mateo miró la plaza con nuevos ojos. Vio a los niños jugando de nuevo, corriendo alrededor de la fuente, y se dio cuenta de que su oposición no era racional, sino emocional. Comenzó a entender que su resistencia provenía de un miedo a perder la esencia del pueblo que conocía y amaba.

Con esta nueva comprensión, Mateo empezó a ver las cosas de manera diferente. Se dio cuenta de que la unión de los caminos no tenía que significar la pérdida de la identidad del pueblo. Podían encontrar formas de preservar la esencia del lugar mientras mejoraban su funcionalidad.

Finalmente, Mateo aceptó el cambio y hasta participó en la inauguración de los caminos unidos. Aprendió que, a veces, lo que nos impide avanzar es el miedo a lo desconocido, y que entender nuestros propios sentimientos puede ser el primer paso hacia la aceptación y el crecimiento.

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