EL SANTO CORDOBÉS QUE TRATÓ DE PELOTUDOO AL SECRETARIO DEL PRESIDENTE DE LA NACIÓN

Más hombre que santo

LOCALES 27 de julio de 2021 Pérez Darío Eduardo Pérez Darío Eduardo
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José Gabriel Brochero fue el primer argentino nacido y criado en el país que fue consagrado santo, debido a dos milagros comprobados en niños, que nadie discute.Pero era bastante bravo. Nacido en Carreta Quemada, cerca de Santa Rosa de Río Primero, en Córdoba, se crió entre leones y tigres. Es que en 1840, en esa zona existía, acechando al ganado, el puma o león americano. Y también el jaguar, que todavía no se había retirado hacia el este, a quien los gauchos llamaban tigre.

Y había tantos que hasta la zona del Delta, en Buenos Aires, en donde este animal abundaba hasta comienzos del Siglo XX, terminó llamándose tigre.

Brochero era un cura de sombrero, poncho y rebenque. Asentado en Traslasierra creó escuelas, levantó iglesias y cuando hacía falta abrir un camino se bajaba de su mula Malacara, agarraba un pico y una pala y en 20 días de trabajo lo terminaba haciendo él.

Se hizo muy conocido. Era amigo de Juárez Celman, el cordobés que llegó a Presidente. Y, por eso le fue a pedir que el ferrocarril llegara a su pueblo.

Brochero no pidió audiencia. Viajó a Buenos Aires y cuando llegó a la puerta de la Casa de Gobierno, el Jefe de Protocolo se sorprendió al verlo. ¿Qué podía querer ese cura disfrazado de gaucho en un lugar así? El funcionario vestido de frac le preguntó al sacerdote, que traía un sospechoso bulto envuelto en rústico papel madera de almacén, qué quería. “Dígale a Miguel que ha venido a verlo un amigo”, le dijo.

Cuando el ceremonioso empleado le dijo que era imposible. El cura insistió. Lo hizo una y otra vez, hasta que le puso el bulto marrón en sus manos, entregándoselo. Y moviendo la cabeza de un lado a otro le dijo, con esa tonada de Traslasierra que hace esdrújulas casi todas las palabras: “Mire, vaya entonces y dígale a Miguel que el Cura Brochero lo quiso ver. Y que le deja este queso casero que le manda una paisana, para que lo pruebe. Con la condición de que no le dé a usted, de él, ni una pizca, por ser tan, pero tan PELOTUDOO...”

Y dándose media vuelta, el cura que se haría leyenda desde las Altas Cumbres hasta el mismo Vaticano, tomó hacia la Plaza de Mayo y caminando despacio se fue.

El Cura Gaucho, como todos lo llamaban, era, a veces, malhablado. Sobre todo, con quienes se lo merecían...

H. Lanvers(*) Autor de cinco novelas históricas bestsellers llamadas saga África.     

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